Lola...después de tanto tiempo.
De repente, vuelve a mi vida una de primeras novias, sin duda la más generosa, sin duda la que más me dio a cambio de nada, en una época triste y negra en la que yo no podía dar nada, porque me lo habían robado todo. Ella llenó de ternura mi corazón seco, ella roció de felices lágrimas mi negra esperanza, ella me ofreció los besos más puros, más apasionados, más cariñosos que jamás había recibido, y a ella le dije adiós, al cabo de unos meses, en una triste Semana Santa isleña donde, ya curado de mi vaciedad, solamente ansiaba volver a Barcelona, para dejarme arrebatar por un nuevo amor, más joven, más duro, más fascinante… y por supuesto, menos valioso. Ella, sin embargo, aceptó su derrota con la misma generosidad con que había aceptado su victoria, fuimos amigos, pero nuestros caminos divergían, ella se enamoró de los viajes y yo de las raíces, ella amaba el mundo y yo amaba el barrio. Y esta tarde, cuando yo estaba en compañía de mi vodka-tonic, refugiada en mi círculo cada vez más pequeño y más privado, suena el móvil y es ella, que, como siempre, está de paso, viene de América y se va a la India, y me invita a no sé qué concierto de no sé qué historia. Da igual, iré, solamente para verla. Ya sé que la nostalgia es un error, pero iré, porque al hablar por teléfono con ella, me di cuenta de una verdad inmutable: acaso por la misma ley física que demuestra que la materia no se destruye sino que se transforma, también los amores nunca mueren, sino que van viajando de persona a persona y ese estremecimiento de ternura, ese gemido imposible, esa irrefrenable lágrima de felicidad, no son anónimas, ni tampoco nuevas, llevan la firma de una antigua propietaria que me enterneció y me hizo gemir y llorar, aunque por culpa de la asquerosa realidad y sus poderosas rutinas, ella ya ande perdida en las páginas del libro del olvido. |
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