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A mí no me mires:

Domingo, maldito domingo.


Y me dejo arrastrar por la melancolía desbordante, casi infinita, de Sade cantando "Haunt Me" y es como si experimentara un orgasmo al revés, la cara negra del placer, pero no por ello menos adictiva. No hace falta convocar las lágrimas, ellas vienen solas, acuden primero mansamente, con timidez, con miedo a molestar, después aparecen en tropel, entre gemidos incontrolables, sollozos necesarios, pero estériles, que llegan por mil motivos, porque la vida es tan bella como breve, porque el amor es tan certero como lejano, porque me siento vieja y fea, porque tú estás demasiado distante y eres demasiado distinta, y mientras tanto,  la eficaz, pero implacable Sade, me vuelve a repetir, con la tristeza de su voz, que soy tan sólo un brizna de nada, un leve reflejo de la sombra del atisbo de un sueño,  un pozo de lágrimas en esta mañana de domingo, soleada y precisa, pero para mí terriblemente asesina.

 

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