Navigare necesse est,
vivere non necesse.
Al final he caído en la tentación -bastante explicable, porque todo el mundo, tarde o temprano, acaba cayendo en ella- de fraccionar mi vida en dos partes, un antes de y un después de. Lo primero que se me ocurrió fue la de catalogarla en un antes de separarme de la mujer que me hizo tanto daño y después de liberarme de ella. Pero tal división, aunque cierta, me pareció excesivamente rendida a la evidencia. Ciertamente, cuando convivía con ella, yo hablaba, andaba, vestía, comía, bebía y vivía de forma bien distinta a la de ahora, sin embargo, antes y después de aquel nefasto episodio sentimental, he permanecido más o menos igual, con idénticas ilusiones y parecidas querencias. Si embargo, mi vida cambio de una forma más sustancial, y a la vez más sutil, cuando aprendí a navegar y degusté los mil y un placeres que experimento en este ejercicio, que ya es parte indisoluble de mi vida. Antes de que me aplaudan los amantes de la vela, me apresuro a dejar bien claro que, cuando hablo de navegar, me refiero sola y exclusivamente a Internet. Hay un antes y después, en mi vida, desde que Internet penetró en ella, hasta tal punto que no sería la que soy, ni sentiría lo que siento, ni viviría lo que vivo, sin el tiempo que me paso ante el ordenador, recorriendo el inmenso mundo que está detrás de su pantalla. Cada día la red me espera para ofrecerme mil sorpresas y yo soy fiel a ese encuentro, porque en sus mares, alivio mis miedos, suavizo mis depresiones, elevo mis esperanzas y hasta he llegado a descubrir el ingenuo, cálido y fascinante sabor que tienen los besos cuando viajan en ese mundo virtual y acaban depositándose en mis labios. Si no navego, no vivo, y lo que vivo, lo disfruto mejor desde que navego. Por eso hago mía aquella vieja máxima del marinero latino: "Navegar es necesario, vivir no es necesario". |
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