Placeres cotidianos
Releer el libro del que no me separaba nunca.
Escuchar la música que me hace volar.
Evocar una y otra vez el beso que dí
y el que soñé recibir.
Adorar las rutinas de la maravilla.
Y darme cuenta al repetir los mismos gestos
de que no todo lo pasado fue peor
porque en verdad, gracias a los recuerdos
continúo viviendo y haciendo vivir.
Por eso, cuando estoy en la cama,
hago lo siguiente,
(por este orden)
Pensar en tí,
sonreir
(a veces entre lágrimas)
y apagar la luz.
Y entonces,
indefectiblemente,
con una puntulidad evidentemente celeste,
siento que en mi habitación entra un ángel
y me da el beso de buenas noches.
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