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A mí no me mires:

Kat.

Kat


Me cuesta mucho hablar de ella, hasta me cuesta pronunciar su nombre. La conocí en un pase de modelos.  Ella los lucía y yo preparaba un slogan sobre una marca de ropa interior. Sucedía en aquellos años míos, un tanto esclavos, cuando me ganaba la vida, ejerciendo de tonta para todo, en una agencia de publicidad, sobrada de machistas con gomina. Como aquellos endiosados ególatras, acostumbrados a las campañas de coches deportivos, no se dignaban descender a los vestuarios de una pasarela, pues allí estaba yo.
Y allí estaba ella, desnudándose y bailando, vistiéndose y bailando, desfilando y bailando, sonriendo y bailando, hablando y bailando, gozando de la vida y bailando. Era un homenaje al  movimiento perpetuo, la afrodita de la marcha total.  Tenía cuerpo de modelo, delgado para muchos, pero no para mí, porque era increíblemente proporcionada, una morena entre mil, con unos senos sugerentes, pero no potentes, una espalda asombrosa, un culo envidiable, y unos muslos de locura. Aún así, lo que me desenfrenó fue su forma de sonreír, y cómo brillaban sus ojos al decir gracias, al decir hola, al decir que tal, al decir cualquier cosa. Todo el optimismo y la alegría del mundo se habían aposentado en aquella maravilla de mujer,  bellisima síntesis de italiana, argentina y ucraniana.
Hice de todo por estar a su lado. Porfíe, intrigué, llamé a amigos de amigos de amigos,  ataqué por todos los flancos, hasta conseguir introducirme en su círculo. Nunca estuve más maravillosa, ni más encantadora, ni más fascinante,  ni más zorrita. Pero en vano. Ya me veía, una vez más,  reconociendo mi derrota y admitiendo que esa maravilla de la naturaleza,  pertenecía a la inmensa mayoría de cenicientas en busca de su príncipe.
Pero una tarde de viernes, en un café de las Ramblas,  mientras ella charlaba animadamente con un clon de Stallone   y yo soportaba con resignación a otro cachas que intentaba conquistarme con una retahíla de tópicos, ella de pronto me mira, me sonríe, se levanta, me agarra de la mano y me lleva al cuarto de baño. Pensé: Típico cotilleo, me preguntará que tal me parecen esos tíos. Le responderé, creo que no te lo he dicho, pero soy lesbiana. Ella me confesará, perdón, no me había dado cuenta, soy muy despistada para esas cosas.  Y será en ese momento cuando una servidora hará mutis por el foro  porque la que podría haber sido el amor de mi vida, además de hetero, no se entera de nada. Enfrascada en mis divagaciones entro en el lavabo, y ella cierra la puerta, me aplasta contra la pared, y me arrebata literalmente. Uno, diez, cien, mil besos, hambrientos, juguetones, divertidos, que daba y recibía,  sin atenuar su risa fresca, clara y contagiosa, hasta que me deshice en carcajadas.
 Todo aquel verano fui la sombra de su sombra, tres meses de pasión, tres meses de inmenso júbilo, tres meses donde aprendí  el indescriptible placer de tener orgasmos sin dejar de reir, donde conocí  el supremo gozo de estar a su lado, de mirar, admirar, besar, acariciar, pellizcar, morder, oler, devorar su piel,  de sorprenderme a mí misma dando saltos de alegría por la calle, rebosante de energía,  abarrotada de felicidad.
Pero siempre llega septiembre, maldito septiembre. Volvimos al trabajo. Ella, como modelo de segunda clase, por la ruta Milán-París-Madrid-Barcelona. Yo,  en mi nueva tarea de empresaria de mi misma,  trabajando en imagen, publicidad, y vanidades varias. Nos veíamos poco,  pero siempre intensamente, recuperando en un minuto un mes de ausencia. Hasta que en primavera le surge un trabajo en Nueva York, y allí vuela con el plan de quedarse una larga temporada. No sé por qué, en el momento de la despedida, ante el penúltimo beso, no tuve el valor, o la osadía de hacer las maletas y adosarme a ella. Mi puñetero respeto a la libertad de los demás, me impidió dar ese paso, y me quedé con el complejo de Penélope. Teje tu tapiz de recuerdos, que ella volverá algún día.  Tal vez ese fue mi error. O mi suerte.
Pasó el verano y dejé de tener noticias suyas. Y cuando creía que el olvido, siempre voraz, se había tragado los recuerdos de mi pasión, hace unas semanas vuelve su figura arrebatarme, pero esta vez me convierto en un incontrolado mar de lágrimas sin fin, al enterarme, por una de esas tristes carambolas del destino, que ella, una mañana soleada del otoño neoyorkino, había estrenado su mejor vestido y con la más cautivadora de sus sonrisas y los ojos más brillantes que nunca,  había entrado en una agencia de casting, decidida a conseguir ese contrato tan soñado que la convertiría en supermodelo. Pero en aquel rascacielos no estaba el glamour, sino el horror.
Ella fue una de las miles de víctimas del 11-S.
 

8 comentarios

liz -

que bien escribes.sabes aveces los lazos no son profundos como uno cree pero fue bueno mientras duro,no?

qubic -

ouch

La Miss -

Hola,
Me has robado a Stuffen pero como tu blog es muy bonito lo entiendo.

mauriç -

A veces nos cuesta darnos cuenta de que las noticias, aunque salgan de la misma pantalla que las películas, no siempre inventan ficción.
Hasta que nos damos cuenta.

Lo lamento.

Stuffen -

Madre mía, se me ha puesto la piel de gallina.

Muy bueno tu relato, pese a todo.
Me ha encantado esta frase: "ataqué por todos los flancos" :).

Lo siento

AA -

Lo siento mucho, en la vida de todos hay cosas tristes, pero hay pocos que las expresen tan bien. Una vez oí una frase en una serie de la tele "El blues no es para sentirte mejor sino para que los demás se sientan peor."; Lorena, tú escribes blues...
Sigo admirado.

bohemia -

la vida es a veces mu'perra pero siempre hay qe mantener el espiritu "KatWoman"...

cuídate.

Claudio -

Joe que aterrador... lo siento.
Era guapa, seguro que lo vuestro fue muy bonito.

Ánimo.