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A mí no me mires:

Enemiga íntima.

Madrid

        En Madrid, por trabajo. Vuelvo a encararme con esta ciudad que es un monumento colosal a la desmesura. Demasiada gente con demasiada prisa para hacer demasiadas cosas que no sirven para nada. Madrid es mi enemiga íntima, nunca llegué a comprenderla, ni siquiera en mis años de infancia, cuando vivía con unos padres que aún no habían iniciado su inacabable sinfonía de hostilidades. Entonces también me parecía una metrópoli desmedida, que había que conocerla por fascículos, una inmensa novela  que podías empezar a leer  por las ultimas cincuenta páginas sin perderte demasiado el argumento. Viajo para reunirme con gente que hablan de muchas cosas pero que no me dicen nada. Madrid, castillo famoso que al rey moro alivia el miedo. Eso era antes, ahora es capital de obviedades, centro neurálgico de decisiones sin sentido, patria de descubridores de mediterráneos, monstruo de mil cabezas que encierra una violencia oculta en sus insufribles rascacielos, urbe donde la presunción se cotiza mejor que la esencia, y donde únicamente vale lo bien maquillado que te ha salido tu retrato después de pasar por el photoshop. Procuro sacar debajo de las piedras una sobredosis de hipocresía y disimulo, porque me pagan por esto, así que sigo la corriente,  afirmo cuando tengo gana de negar y  valoro cuando tengo ganas de mandarlos al cuerno. De repente, en un momento en que todos están pendientes de mis palabras de vendedora de  humo, de una forma instintiva, me coloco en la sien  dos dedos de mi mano derecha a modo de pistola y me suicido virtualmente. Me he convertido en Madrid, la ciudad de varios millones de suicidas virtuales.  La mesa me mira con extrañeza, pero yo sonrío pensando en ti y en tu foto. Ellos se lo han buscado, hacía un buen rato que me estaban obligando a pensar en otras cosas, y me ha salido la vena lorena. El ambiente de aquella mesa de reuniones se había vuelto irrespirable y necesitaba sentirme como tú, libre como una hoja en el viento.

1 comentario

almu -

Todas las grandes ciudades exigen llevar una cantidad exagerada de maquillaje para evitar que la contaminación anímica, mucho peor que la atmósferica, devore a la parte de espíritus puros que aún somos. Si te paseas con el corazón en la mano, a la vuelta de la esquina te lo robarán, lo exprimirán y lo arrojarán a la basura. Hay que protegerse.