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A mí no me mires:

Sangre.

sangre

         No hay amor sin sangre, mi niña, de la misma forma que no hay sexo sin locura. El auténtico amor, el que está más allá de esa mercancía sentimental que se vende barata en el hiper de las emociones, siempre comparte su fuego con el pellizco del dolor. Amar es dejarse herir el corazón, no hay vuelta de hoja. El resto es egoísmo, maquillado de sensiblería, un vano intento de mirarme en otra persona, y recibir de ella una inyección de autoestima. Pero amar no es eso. Amar es sumergirse en el remolino de la inquietud, en la torrentera del desasosiego, en el precipicio del dichoso y a la vez lacerante insomnio que nos cambia la rutinaria paz del hastío por una fiebre constante, por un fuego inextinguible, que me hace vivir y me hace morir, que no me deja tranquila, porque no hay amor tranquilo, de la misma forma que no hay felicidad sin riesgo. Amar es sufrir, porque no se ama a medias. No se elige de la persona amada la parte más amable, y se desecha lo menos atractivo. Se la ama tal y como es, en todas sus facetas, en todos sus momentos, los gratos y los hirientes, los apacibles y los crispados, cuando la amo por ser ella quien es y como es. Amar es sufrir, porque no se ama en exclusiva. También amo de ella su libertad, su facultad de elegirme un día sí y otro no, su derecho a establecer sus prioridades y acepto de ella, por amor, esperar a que llegue mi turno, porque sus preferencias son mis preferencias, porque su elección es mi elección, porque su manera de diseñar su vida tal y como ella quiere y como ella elige, es lo que yo quiero y lo que yo elijo, aunque esa elección aceptada y querida, hiera con la daga de la melancolía un corazón que no puede vivir ni un momento sin ella. No hay amor sin sangre, niña de mis sueños, y yo me apunto, por amor, a esta sangría.

1 comentario

Laura. -

¡Qué suerte la persona de la que te has enamorado...!
Cada día nos invitas a una borrachera de sensibilidad.
Te quiero.