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A mí no me mires:

Pontevedra moja.

Pontevedra moja. Hay un refrán gallego que dice:
“Vigo trabaja, Pontevedra duerme, Santiago reza y La Coruña se divierte”.
El refrán es cruel, porque olvida completamente a Lugo y Orense, y además es falso, porque Santiago, con la capitalidad se ha llenado de funcionarios que hacen más que rezar, aunque de los rezos y de la mística jacobea, la ciudad siga haciendo su agosto, en La Coruña ahora hay un montón de empresas currando que no siempre se divierten, en Vigo tampoco hay tanto trabajo, porque la crisis ha dejado a demasiada gente con los lunes al sol, y Pontevedra, bueno, de dormida, más bien poco.
Llegamos a Pontevedra y en el hotel nos cuentan que están en fiestas. Julio me invita a tomar unos pinchos y yo, siempre tan inoportuna, me pongo un minivestido ajustado blanco que estoy para comerme.
Lo de inoportuna, no lo digo por Julio, que conmigo va de casto castísimo, sino porque, una vez en la calle, me veo rodeada de pontevedrinos y pontevedrinas, con marcha a tope y unas pistolas de agua llenas de tintorro. Yo quería preguntar a santo de qué estas batallitas, pero la moda del lugar es disparar primero, responder después. Y cuando estoy hecha un pingo, con Julio partido de risa, me entero que son las fiestas de la Peregrina.
¡Menuda forma de dormir que tiene la puñetera Pontevedra!

Por cierto, una delicia de anacronismo hagiográfico. Resulta que La Peregrina es una Virgen que lleva el hábito de peregrina del Camino de Santiago. O sea, que para que eso fuese cierto, la Madre de Jesús tendría que pegarse el palizón de resucitar en el año mil, que es cuando se inició la ruta jacobea, y encima para venerar a un santo que está por debajo de ella en el escalafón.
Fastuoso.
Es como si Dios se hubiese hecho devoto de San Benitiño de Lérez.

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