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A mí no me mires:

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo.

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Como la primera obligación
-y yo creo que la única-
de todo jefe es hacer la puñeta a los subordinados,
cuando llega el verano, los jefes
-acaso para imitar a sus colegas, los alcaldes, que van de jefes de las ciudades-
se dedican a hacer reformas en la oficina.
Si los alcaldes, en verano, ponen de patas arriba las calles,
entre otras cosas para fastidiar a los ciudadanos
que se han tenido que quedar bastante fastidiados ya
por no tener dinero para escaparse de vacaciones,
los jefes, en verano, ponen de patas arriba los despachos,
porque en estas fechas,
allí no hay más que becarios o empleados de quinta categoría.
Aprovechando que paso por Barcelona,
para regar las plantas y recoger la correspondencia,
llamo a mi amiga Yolanda, que trabaja de recepcionista
en una agencia de publicidad muy pijichurri y tal y tal.
Le pregunto: ¿Cómo estás?
Me responde: ¡Rescátame!
Voy para allá y nada más entrar, me caigo de espaldas.
La recepción, que ayer gozaba de un estilo algo neutro,
pero con un cierto buen gusto minimalista,
se ha convertido en una trastornada mezcolanza
de azules bastardos y rojos asesinos
sin otro fin que el de atentar gravemente
contra el último residuo de estética
que puede quedar en el ojo humano más zafio.
Tendría que ser delito decorar así.
Pues no.
Resulta que la decoradora es la famosa XXXX
(no digo su nombre para no hacer publicidad)
que se ha llevado al huerto al jefe,
porque como todos los jefes,
además de tener el gusto en semejante parte,
piensa de oído,
es decir si alguien le dice que una tía es buena,
la tía es buena,
y si además, la tía tiene buenas tetas,
entonces es buena y está buenísima.
Para más inri, han sacado fotos del atentado,
pero no para llevarlas como evidencias al juzgado de guardia,
sino con el narcisista objetivo de publicarlas
en alguna revista gilipuá de decoración intransitable.
(Eso no quiere decir nada, también Al Capone salía mucho en los periódicos)
En fin, el mal está hecho,
la matarife ha hecho su faena entre aplausos de la directiva,
el jefe añadirá más ceros a su labor de gestión,
(parece ser que gastar mucho en tonterías y poquísimo en sueldos,
es el primer mandamiento del buen gestor moderno)
y todo el que visite la agencia recibirá una buena bofetada.
De diseño, pero bofetada.
Claro que peor lo tiene mi amiga Yolanda.
Ella tiene que permanecer impasible y con la sonrisa puesta
¡ocho horas al día!
en el centro de ese infame pandemonium multicolor.

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